"El que diga que el   dinero no puede comprar la felicidad es porque no sabe dónde ir de   compras". Éste es un texto que se puede leer en muchas pegatinas y   camisetas. Pero, ¿cuál es exactamente la relación entre dinero y felicidad? Por un lado, la relación   resulta obvia. Nadie puede negar que tener suficiente dinero para cubrir las   necesidades básicas –alimentos, abrigo y vivienda- te hace más feliz, o al   menos te libera del estrés que conlleva vivir bajo serias restricciones. Y   cuanto más dinero tienes, más cosas que te proporcionan felicidad puedes   comprar, ya sea el iPhone4, un coche nuevo o una bufanda de cachemir. Por   otro lado, esos objetos materiales no suelen proporcionarnos la misma   felicidad que, por ejemplo, pasar la mañana con tus hijos en la playa o mantener   una buena conversación con un viejo amigo. "La relación entre   dinero y felicidad es complicada", dice Ed Diener, profesor emérito de   Psicología en la Universidad de Illinois, que investiga sobre temas de   cuantificación de la felicidad. "A igualdad de condiciones, tener más dinero   siempre va a ser bueno. Pero aunque el dinero te puede hacer más feliz hay   cosas que introducen complejidad en dicha correlación". Efectivamente, tener más   dinero nos hace más felices, pero la felicidad también depende de otras   cosas, como vivir -o no- en un país económicamente avanzado, el modo en que   gastas tu dinero, cómo comparas tu riqueza con la de los demás o qué importancia   le concedes a tu tiempo. En la década de los 70 se   podían contar con los dedos de una mano los investigadores que estudiaban el   tema de la felicidad humana, y existían muy pocos datos fiables que cuantificasen   el bienestar individual o nacional. Por aquél entonces los estudios sugerían   que por encima de determinado mínimo los ingresos sólo tenían un modesto   efecto sobre la felicidad. En cualquier sociedad la gente rica era más feliz   que la gente pobre, pero los ciudadanos de países ricos no eran mucho más   felices que los ciudadanos de países de riqueza media e incluso pobres. Este   resultado, conocido como la Paradoja Easterlin en honor de Richard Easterlin,   el economista que observó esta relación por primera vez, sugería que era el ingreso   relativo –y no absoluto- el que estaba vinculado a la felicidad. En otras   palabras, lo que importa es tener lo mismo que el vecino. Las investigaciones sobre   la felicidad han recorrido mucho camino desde entonces. Hoy en día se dispone   de mejor información y muestras mucho más representativas para cuantificar   tanto los niveles personales como nacionales de felicidad. Asimismo, mucha   más gente trabaja en este campo –desde economistas a sociólogos y   psicólogos-, y ahora la mayoría están de acuerdo en el fuerte vínculo   existente entre el nivel de desarrollo económico de un país y la felicidad de   sus ciudadanos. De hecho, los líderes   políticos –incluyendo el primer ministro británico David Cameron y el   presidente francés Nicolás Sarkozy-, han declarado que puede que la felicidad   sea la clave para mejorar el modo en que se cuantifican los estándares de   vida de un país. En su opinión, en lugar de tener en cuenta únicamente el   producto interior bruto -la cantidad de bienes y servicios producidos en el   país-, también deberían considerarse otros factores como el grado de   satisfacción que tienen los ciudadanos con sus vidas. No obstante, resulta muy   complicado precisar la conexión entre dinero y felicidad, aunque sea una   definición muy sencilla e universal. Algunos críticos señalan que averiguar   cómo determinar el éxito de un país a través de su bienestar resultaría igual   de complicado. País a país Los profesores de Empresa   y Políticas Públicas de Wharton Betsey Stevensony Justin Wolfers, y   el estudiante de doctorado Daniel Sacks han desenterrado todos los estudios   multinacionales sobre bienestar a los que han tenido acceso y los han cruzado   con las estadísticas internacionales sobre desarrollo económico disponibles.   Los datos recopilados por este equipo cubren un total de 40 años, 155 países   y cientos de miles de individuos. Los resultados muestran que "existe   una relación robusta entre el bienestar y el desarrollo económico",   explica Wolfers. Esta investigación está publicada en un artículo titulado   "Subjective Well-Being, Income, Economic Development and Growth"   (“Bienestar, renta, desarrollo económico y crecimiento subjetivos”). El dinero está estrechamente   asociado con el bienestar, un resultado que se sostiene cuando se compara la   felicidad de dos individuos dentro del mismo país -donde uno es el 10% más   rico que el otro-, o la felicidad media de dos países –donde la renta per   cápita de uno supera en un 10% a la del otro-. "La paradoja de Easterlin   intuitivamente tiene sentido, pero parece ser que los resultados obtenidos en   las investigaciones sobre felicidad del pasado no eran hechos, sino más bien   cosas que deseábamos que fuesen ciertas", señala Wolfers. "Se   trataba de una hipótesis tremendamente tranquilizadora; nos permitía dormir   mejor por las noches sin preocuparnos por el sufrimiento humano en Burundi,   ya que sugería que la gente en Burundi era simplemente tan feliz como   nosotros". Easterlin, que da clases   en la Universidad de Southern California, no se ha retractado. El mes pasado   publicaba un nuevo artículo en el que concluía que en 37 países del mundo, pobres   y ricos, los niveles de bienestar no habían aumentado al mismo ritmo que sus   niveles de renta en el largo plazo. Así, en Chile, China y Corea del Sur, la   renta per cápita se había duplicado en veinte años pero los informes mostraban   incluso ligeros retrocesos en los niveles de satisfacción de los ciudadanos   con sus vidas. Sin embargo, Wolfers sostiene   que el crecimiento económico contribuye a financiar las inversiones en   investigaciones científicas asociadas a vidas más saludables y longevas. Wolfers   señala varios indicadores económicos que tienen una fuerte correlación con lo   que la gente entiende por bienestar. La mortalidad infantil es uno de ellos.   En Estados Unidos la probabilidad de que un recién nacido fallezca antes de   los cinco años ha disminuido considerablemente a lo largo de los últimos 50   años: hoy en día la probabilidad es 7,8 por cada mil nacidos, mientras que en   1960 dicha cifra era del 30 por mil. En Burundi, uno de los países más pobres   del mundo (y que está situado en las últimas posiciones en todos los ranking   sobre felicidad en el mundo), la mortalidad infantil en la actualidad es   166,3 por mil, según datos del Banco Mundial. En los últimos 30 años, la   esperanza de vida en Estados Unidos ha aumentado prácticamente un año cada   década. Hoy en día, si los patrones de mortalidad actuales se mantienen, se   espera que un recién nacido estadounidense por término medio cumpla los 78,44   años (en 1970 dicha cifra era 70,81 según el Banco Mundial). En Burundi la   esperanza de vida media es 50,43. "Se han producido   diversas transformaciones", dice Wolfers. "La mayor productividad   de Estados Unidos significa que disponemos de opciones que nuestros amigos de   Burundi no tienen. Y dichas elecciones están a nuestro alcance gracias a   nuestro mayor nivel de compra". En opinión de Wolfers, la   renta relativa es importante, pero sólo en los extremos. "Parece que lo   único que nos importa es tener lo mismo que el vecino. Pero si el vecino vive   en un país rico y tú también, los dos estáis más felices de lo que estarías   viviendo en un país pobre. Los niveles de desarrollo económico son muy diferentes   de país a país. La pequeña satisfacción que sientes cuando superas al vecino   realmente no tiene importancia en un país como Burundi, donde tu preocupación   es que tu hijo se está muriendo". No obstante, a la gente lo   que le preocupa es su posición y estatus relativo. Según Sonja Lyubomirsky,   profesora de Psicología en la Universidad de California, Riverside, que   estudia el bienestar humano, en Estados Unidos las comparaciones y juicios   relativos importan mucho. "Las investigaciones sugieren que sólo cuando   te recortan el sueldo, o pierdes tu trabajo, te muestras considerablemente   menos satisfecho con tu vida", explica. "Pero cuando todo el mundo   empeora tus niveles de satisfacción siguen más o menos igual". Un conocido estudio de   hace una década revelaba que la gente prefiere vivir en un mundo en el que su   salario anual fuese 50.000 dólares y el de los demás 25.000, que en un mundo   en el que ganase 100.000 dólares y los demás 200.000. "Para algunos este   resultado muestra el lado oscuro de la naturaleza humana, pero para mí revela   una verdad demasiado humana: nos preocupan más las comparaciones sociales,   estatus y posición que el valor absoluto en nuestra cuenta bancaria o nuestra   reputación", señala Lyubomirsky. Pero independientemente   del dinero que tenga cada uno hay estrategias de consumo que maximizan   nuestra felicidad individual. Por ejemplo, gastar dinero en los demás, bien   sea un acto filantrópico o invitando a un amigo a comer, nos hace más felices   que gastar dinero en nosotros mismos. Gastar dinero en cualquier cosa que   fomente el crecimiento personal –clases de francés o de cocina-, o en actos   sociales suele hacernos más felices que gastarlo en aventuras en solitario. Gastar dinero en muchas   pequeñas cosas en lugar de una única cosa grande también nos hace más feliz.   "El motivo es que si gastas tu dinero en una sola cosa de gran valor te   acostumbras, pero con muchas cosas de pequeño valor se producen más periodos   de adaptación así que la felicidad dura más tiempo", dice Lyubmirsky. Gastar dinero en experiencias   –por ejemplo un viaje especial-, en lugar de posesiones también nos hace más   feliz. "Las experiencias que sean sociales… probablemente se recuerden   más y no son comparables", añade. “No sabes si tu vecino tuvo una luna   de miel mejor que la tuya". El enfoque filosófico No obstante, cuando se   pregunta a la gente una variación de la cuestión "¿Qué te hace   feliz?", para la mayoría el dinero no ocupa una de las primeras posiciones.   Según el profesor de Gestión de Wharton Stewart Friedman, en general,   los encuestados suelen responder cosas como cultivar relaciones de calidad   con amigos y familia, hacer una contribución positiva al mundo o "tener   tiempo para ellos mismos, para recuperarse y rejuvenecer". Friedman, cuyas investigaciones   se centran en la intersección entre el comportamiento organizativo y la   integración familiar y laboral, da clases sobre liderazgo a partir de su   experiencia de dos años en Ford. En las clases guía a estudiantes a través de   diversos ejercicios para que identifiquen cuáles son sus principales valores   y sepan reconocer qué es lo que más les importa; luego les ayuda a averiguar   cómo gestionar su trabajo, familia y compromisos con la comunidad para que sus   vidas y valores estén en la misma línea. "Los resultados que la gente   espera tienen mucho que ver con su bienestar y felicidad", dice.   "Quieren contribuir a que el mundo sea un lugar mejor, un lugar más seguro.   Reconocen la importancia de las intenciones". En opinión de Diener,   científico senior en Gallup, después está el tema de cómo definen los individuos   la felicidad. Este verano Gallup realizaba una encuesta a nivel mundial a más   de 136.000 personas en 132 países que incluía preguntas sobre la felicidad y   la renta. También había cuestiones sobre su renta y estándares de vida, sobre   si sus necesidades básicas de comida y vivienda estaban cubiertas, qué tipo   de bienes poseían y si sentían que sus necesidades psicológicas estaban   satisfechas. La encuesta incluía una evaluación global de sus vidas, ya que   pedía a los entrevistados que evaluasen su vida de diez (la mejor posible) a   cero (la peor posible). También preguntaba si se sentían respetados, si tenían   familias y amigos con los que poder contar en caso de dificultad, y lo libres   que se sentían a la hora de elegir sus actividades diarias. Los resultados muestran   que aunque la satisfacción normalmente aumenta con la renta, las sensaciones   positivas que se experimentan en el día a día no siguen necesariamente la   misma pauta. "Observando el nivel de satisfacción de nuestra vida   –cuando miramos hacia atrás y la evaluamos-, la gente podría decir En   general está bastante bien. Estoy casado/a, tengo trabajo, tengo salud.   Se puede ver una fuerte correlación en todas partes del mundo entre la renta   individual y nacional y los niveles de felicidad", explica Diener.   "Por otro lado, cuando estudias la felicidad asociada a determinados   momentos -¿disfrutas con tu trabajo? ¿Estás aprendiendo cosas nuevas? ¿Estás   pasando tiempo con tus amigos?- entonces apenas existe correlación con el   dinero. Esta felicidad está fuertemente asociada con otros factores, como   sentirse respetado, tener autonomía y apoyo social o tener un empleo que te   llene". Según Diener, uno de los   obstáculos a la felicidad es el "problema de aspirar siempre a algo   más", también conocido simplemente como materialismo. "Las   aspiraciones crecen tan rápidamente que la gente se siente decepcionada con   la cantidad de dinero que gana porque siempre quiere más", señala.   "Todos los días vemos en la televisión películas y programas sobre gente   que gana un montón de dinero y compra yates de 20 millones de dólares. Es   algo que ocurre en todas las partes del mundo; nuestro informe nos dice que   en los países en desarrollo hay más gente que tiene televisores que agua   potable en sus casas. Los medios de comunicación han aumentado rápidamente   las aspiraciones de la gente". Después también está el   tema de cómo has conseguido el dinero, cómo lo gastas y cómo empleas tu tiempo,   señala Diener. "Si tienes dinero porque eres el abogado de una gran empresa,   trabajando 80 horas a la semana, entonces posiblemente estés cansado.   Trabajas muchas horas y en tu vida no tienes mucho tiempo para otra cosa que   no sea el trabajo. Posiblemente te gastes tu dinero en una niñera, una asistenta   y todas esas cosas que necesitas para permanecer a flote, no realmente en   cosas que te hacen feliz". El tiempo, siempre presente Cassie Mogilner, profesora   de Marketing de Wharton, estudia precisamente este tema. Sus investigaciones   se centran en la relación entre el tiempo y la felicidad, y estudia cómo la   decisión de una persona de pensar en términos de tiempo –en lugar de dinero-   puede influirle de forma que dedicará más tiempo a cosas que le hagan feliz. En una serie de experimentos,   Mogilner analizaba qué ocurría cuando los participantes pensaban sobre el   tiempo, incluso fugaz o subconscientemente, y si ello tenía algún efecto sobre   su comportamiento y felicidad. El primer experimento se llevó a cabo online.   Se facilitaron a los participantes diversas palabras relacionadas bien con el   tiempo, con el dinero o neutras, y se les pidió que creasen todas las frases   que pudiesen con esas palabras en tres minutos. (Por ejemplo, en el primer grupo   los participantes tenían que construir frases con términos como “reloj”,   “días”, “horas”, mientras que en el segundo se enfrentaban a palabras como   “salud”, “precio” o “efectivo”). Después, se pedía a los   participantes que completasen una encuesta sobre cómo tenían pensado pasar   las próximas 24 horas, donde también debían evaluar cuánta felicidad les   proporcionaban las actividades señaladas. Aquellos que habían estado en contacto   con las palabras vinculadas al tiempo declaraban que pasarían más tiempo   socializando con la familia y amigos o bien teniendo relaciones íntimas,   actividades que además les proporcionaban más felicidad. Pero aquellos que   habían estado en contacto con palabras vinculadas al dinero manifestaban que   iban a pasar más tiempo trabajando o viajando para ir al trabajo, actividades   asociadas con niveles muy bajos de felicidad. Un segundo experimento se   llevó a cabo en una cafetería muy popular entre los estudiantes   universitarios. Cuando los estudiantes entraban se les pedía de nuevo   construir frases con palabras relacionadas con el tiempo, palabras relacionadas   con el dinero o palabras neutras. Después se les dejaba entrar. Desconocían   que en la cafetería había un investigador observando su comportamiento,   mirando si estaban hablando por el móvil, enviando un SMS o hablando con   otras personas o bien trabajando con sus ordenadores o leyendo algo   relacionado con sus estudios. Al igual que en el primer   experimento, aquellos que habían estado en contacto con palabras relacionadas   con el tiempo eran más proclives a estar socializando, mientras que la   probabilidad de estar trabajando era mayor para aquellos que habían construido   frases con palabras relacionadas con el dinero. Cuando los estudiantes   abandonaban la cafetería se les preguntaba que cuantificasen su nivel de   felicidad en ese momento; aquellos que habían estado socializando eran más   felices que aquellos que habían estado trabajando. Los resultados de estas   investigaciones aparecen en el artículo "The Pursuit of Happiness: Time,   Money, and Social Connection" ("Persiguiendo la felicidad: Tiempo,   dinero y conexiones sociales"), publicado en la revista Psychological   Science. La conclusión obvia es que   todos necesitamos pasar más tiempo socializando con nuestros amigos y seres   queridos para ser más felices, ¿no? No necesariamente, dice Mogilner.   "Yo no digo que la gente deba dejar de trabajar. Para mucha gente el   trabajo es una fuente muy importante de satisfacción personal", explica.   "Pero mis investigaciones indican que, además de nuestras carreras   profesionales, también debemos cuidar la familia y las relaciones sociales.   En el margen, cuando estamos pensando en trabajar una hora más en la oficina   o bien irnos a casa y pasar algo más de tiempo con nuestra familia o amigos,   si optas por lo último tendrás más felicidad".  |   
Publicado el: 09/02/2011 Fuente: The   Wharton University.   |   
febrero 18, 2011
El dinero SI hace a la felicidad.
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